sábado, 21 de noviembre de 2009

Brujilda Muchaescoba




Había una vez una chica que se llamaba Brujilda,
que para transportarse de un lado para el otro
usaba una escoba fabricada por sus propias manos.
Brujilda volaba.

Un día conoció a un príncipe que parecía azul pero…era verde.
Brujilda se casó con el príncipe verde “azulado”
pero ya no usó la escoba para volar
sino para lo que era verdaderamente productivo – dijo su príncipe –
para barrer.
Así fue como Brujilda pasó de volar a barrer.
Brujilda barrió, barrió hasta que no quedó nada más por barrer.

Un día Brujilda se cansó de barrer y puso
nuevamente en condiciones su escoba para volar,
pero el príncipe se enojó mucho y le rompió la escoba.
Brujilda se puso muy pero muy triste.
Lloró y lloró sin desconsuelo pero a nadie le sorprendió.

Como Brujilda era muy testaruda construyó día y noche una nueva escoba,
una aún mejor que la otra … porque ya tenía más experiencia.
Entonces, abrió la ventana y voló, voló muy lejos y se dedicó a volar.
El príncipe, ya totalmente verde, tuvo que comprarse una escoba para barrer él.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Canción de Amor de Lucía para Mateo


El hombrecito de ojos de viento
y sonrisa de sol
me ha cobrado por tener yo,
mi corazón a la intemperie
con su amor.

Pero, mientras que yo respiro
sólo cuando tengo sus dedos
sobre mi boca
el sigue suspiro por suspiro
pensando en otra.

Ahora que ha llovido
un barquito de papel armaré
en el que diga te quiero en letra grandes
para que nade hasta su casa
por los cordones
a quienes, por amor, haré mis amigos.

El hombrecito de ojos de viento
y sonrisa de sol
me ha cobrado por tener yo,
mi corazón a la intemperie
con su amor.

Promesas de necesitarlo por siempre
pondré entre mis penitencias
y a las palomas, en sus patas
pondré florcitas de yuyo
para que esparzan
por donde Mateo vaya.

Canela y miel habrá
en la yerba que le cebe
para que su alma endulce
y se haga tierna
y para que como en un espejismo
por fin me vea
esperándolo
con las manos abiertas.

Dolor de Panza




Cuando Pepito se encontró con el laucha en el partido de fútbol que se había organizado en el barrio, su cara le pareció conocida. Jugaba para el equipo contrario, en una gambeta se encontraron y tuvo la oportunidad de mirarlo mejor. En el entretiempo pensó si se trataba de algún compañero de aventuras traviesas, como tocarle el timbre a Doña Carlota y salir corriendo o atrapar bichos raros. Pensó, pensó y pensó. Podría ser algún chico que iba a la misma escuela que él, a otro año o en otro turno. Del barrio no era, estaba seguro. Era la primera vez que lo veía por ahí. Pero, no era la primera que lo veía.
Otro día Pepito fue hasta la iglesia con su mamá y sus hermanos. Alcanzó a ver a una mujer muy pobremente vestida, sentada en posición de indio, con un bebé en los brazos. La observación de Pepito fue interrumpida por algo que le sacudió la remera.

- ¿Tu mamá no tiene una monedita?

Era el laucha. Ahí se dio cuenta Pepito de donde era esa cara conocida en la que había estado piensas que te piensa en el partido. Pepito puso ojos de por favor, mirando a su mamá. Entraron a la iglesia sin más, se hacia tarde para la misa. Cuando se sentaron en el segundo banco, de adelante para atrás, lo ocuparon casi todo: su mamá Ilda, sus hermanos Miguel, Paulo, Franco y él. Todos bañaditos, perfumaditos. Con el pelo todavía mojado. El laucha le chistó desde atrás de un confesionario de madera. Pepito le inventó a la madre que quería confesarse para poder comulgar. Y como Ilda era muy religiosa vio con buenos ojos lo que su hijo le decía. Lo dejó ir. Estaba tan tiesa (derechita) mirando hacia delante y rezando quién sabe cuántos rosarios que no advirtió lo que pasó después.
El laucha lo esperaba adentro del confesionario y Pepito, para no ser visto se metió también.

- ¿Qué hacés? Dijo Pepito
- Te estaba buscando para ver si tenías algo para comer.
- ¿Acá? Nada
- Tengo hambre. Me hacen ruido las tripas

Grrrr…hi…grruuu
El estómago del laucha empezó a sonar tan fuerte que tuvieron que contener las risas para no levantar sospecha.
Otra vez Pepito estuvo piensa que te piensa

- ¡Ya sé! Podrías comerte las ostias
- ¿Y eso cómo se come?
- Muy fácil, abrís la boca, masticás y listo.
- ¿Y dónde las busco?
- Vení conmigo

Marcharon sigilosamente hacia el lado contrario de donde estaban sentados sus hermanos y su mamá. Cerca de la entrada hay una especie de hall, por el que se llega a la cocina. Pepito se conocía de memoria los recovecos de la iglesia, de vez en cuando era monaguillo y había probado las ostias cuando todavía no estaban consagradas. Se llevaron todas las que encontraron. No eran más que un poco de harina y agua, pero era lo que había. El laucha salió de la iglesia con los bolsillos llenos de ostias. Y Pepito volvió como si nada a sentarse al lado de su mamá.

- ¿Confesaste todos los pecados? Le preguntó Ilda.
- Todos.

Al otro dia, dijeron en la radio que ¡Qué barbaridad! ¡Ya ni en la iglesia tienen un poco de pudor! ¡Robar en la casa de Dios!
Algunos en el pueblo se rieron de lo sucedido. Pepito escuchó sin decir una palabra mientras contaba bolitas. El laucha ni se enteró.


Piove


Alarga la punta de los dedos

queriendo rozar el agua de lluvia, reciente.

Sabe que esas gotas bendicen su origen:

La tierra que toca con la superficie

de un pie y después otro.

El agua le toca la cara, va chorreando

por la piel y alarga suave, la punta de su lengua

ya húmeda, en busca de la frescura, lo metálico

ese sabor único que se escurre entre las nubes.

Llueve y parece que no fuera cierto.