Alarga la punta de los dedos
queriendo rozar el agua de lluvia, reciente.
Sabe que esas gotas bendicen su origen:
La tierra que toca con la superficie
de un pie y después otro.
El agua le toca la cara, va chorreando
por la piel y alarga suave, la punta de su lengua
ya húmeda, en busca de la frescura, lo metálico
ese sabor único que se escurre entre las nubes.
Llueve y parece que no fuera cierto.
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