ALITHEA
Voy en viaje y arrojé lo esencial
a mi valija:
Un abanico de silencios.
Llevo despertares
Y una visión de la pureza.
No hay ya tantas palabras demás,
ingenios intelectuales
ni burdas teorías.
No hay límites exactos
y tampoco viven demasiado
los efímeros
deseos.
Llevo parpadeos
en los que percibo
mi propia
humanidad.
Me alzo por encima
de añejos calendarios
pliegues de piel
y muros
sensibles.
Abro los ojos
y veo.
Veo.
Se que fueron
segundos, pero
¡Cuánto estuve ahí!
Entonces,
ese inmenso instante
de silencio
es como la bocanada
de aire
que puede tomarse
después de no salir
de debajo del agua
por un tiempo exagerado.
Cada vez,
encuentro fortaleza
en aquella quietud.
Ruego que comas
de la misma
semilla.
Y vuelvas al punto
donde lo tuyo
es tuyo.
Y te recuperas
para que nadie
pueda arrastrarte.
Que tomes al silencio
como una rotunda
actividad.
Sanarás mirándote
al espejo.
Sin críticas, sin culpas
y sin castigos.
Caminas para adentro
hasta encontrar
la matriz sin tiempo;
Allí haces la labor
de una tejedora:
Tomas los puntos
que estaban sueltos
y ejecutas nuevos,
ubicas tu alma
en un renovado
molde.
Las agujas serán
las horas
y los hilos energía
pura.
Se produce un
efecto inmediato:
Comienzas a escuchar,
pero esta vez
con los oídos abiertos.
Tus orejas
limpias, ordinarias
desnudas
transparentes y genuinas.
Hay una sutileza:
Si canto me acerco
pero si hago silencio estoy.
Si hablo me recreo
pero sino, sino
puedo recordar.
Retornar a la semilla:
No olvidar.
Alithea
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