viernes, 13 de noviembre de 2009

Dolor de Panza




Cuando Pepito se encontró con el laucha en el partido de fútbol que se había organizado en el barrio, su cara le pareció conocida. Jugaba para el equipo contrario, en una gambeta se encontraron y tuvo la oportunidad de mirarlo mejor. En el entretiempo pensó si se trataba de algún compañero de aventuras traviesas, como tocarle el timbre a Doña Carlota y salir corriendo o atrapar bichos raros. Pensó, pensó y pensó. Podría ser algún chico que iba a la misma escuela que él, a otro año o en otro turno. Del barrio no era, estaba seguro. Era la primera vez que lo veía por ahí. Pero, no era la primera que lo veía.
Otro día Pepito fue hasta la iglesia con su mamá y sus hermanos. Alcanzó a ver a una mujer muy pobremente vestida, sentada en posición de indio, con un bebé en los brazos. La observación de Pepito fue interrumpida por algo que le sacudió la remera.

- ¿Tu mamá no tiene una monedita?

Era el laucha. Ahí se dio cuenta Pepito de donde era esa cara conocida en la que había estado piensas que te piensa en el partido. Pepito puso ojos de por favor, mirando a su mamá. Entraron a la iglesia sin más, se hacia tarde para la misa. Cuando se sentaron en el segundo banco, de adelante para atrás, lo ocuparon casi todo: su mamá Ilda, sus hermanos Miguel, Paulo, Franco y él. Todos bañaditos, perfumaditos. Con el pelo todavía mojado. El laucha le chistó desde atrás de un confesionario de madera. Pepito le inventó a la madre que quería confesarse para poder comulgar. Y como Ilda era muy religiosa vio con buenos ojos lo que su hijo le decía. Lo dejó ir. Estaba tan tiesa (derechita) mirando hacia delante y rezando quién sabe cuántos rosarios que no advirtió lo que pasó después.
El laucha lo esperaba adentro del confesionario y Pepito, para no ser visto se metió también.

- ¿Qué hacés? Dijo Pepito
- Te estaba buscando para ver si tenías algo para comer.
- ¿Acá? Nada
- Tengo hambre. Me hacen ruido las tripas

Grrrr…hi…grruuu
El estómago del laucha empezó a sonar tan fuerte que tuvieron que contener las risas para no levantar sospecha.
Otra vez Pepito estuvo piensa que te piensa

- ¡Ya sé! Podrías comerte las ostias
- ¿Y eso cómo se come?
- Muy fácil, abrís la boca, masticás y listo.
- ¿Y dónde las busco?
- Vení conmigo

Marcharon sigilosamente hacia el lado contrario de donde estaban sentados sus hermanos y su mamá. Cerca de la entrada hay una especie de hall, por el que se llega a la cocina. Pepito se conocía de memoria los recovecos de la iglesia, de vez en cuando era monaguillo y había probado las ostias cuando todavía no estaban consagradas. Se llevaron todas las que encontraron. No eran más que un poco de harina y agua, pero era lo que había. El laucha salió de la iglesia con los bolsillos llenos de ostias. Y Pepito volvió como si nada a sentarse al lado de su mamá.

- ¿Confesaste todos los pecados? Le preguntó Ilda.
- Todos.

Al otro dia, dijeron en la radio que ¡Qué barbaridad! ¡Ya ni en la iglesia tienen un poco de pudor! ¡Robar en la casa de Dios!
Algunos en el pueblo se rieron de lo sucedido. Pepito escuchó sin decir una palabra mientras contaba bolitas. El laucha ni se enteró.


No hay comentarios.: